Me pongo cómoda en la silla; estiro los brazos, y alivio mi espalda; me miro las manos, las uñas; me levanto las medias, y subo las piernas para cruzarlas; vuelvo a estirarme y bostezo. Pierdo la comodidad, la satisfacción, y bostezo; cuestiono la conformidad que aguarda en cada paso, entonces me detengo... pero inconformidad es lo que obtengo, y hablo de mí.
Ya no sé si estoy donde quiero, hace tiempo dejé de preguntarme dónde estoy y no conozco mis deseos. Es que el mundo, el ambiente, el entorno se apoderó de mí y no viceversa; me absorbió la situación, me sostuvo la cama y el momento nunca me dejó regresar... a donde estaba. Y es que elijo quedarme, a la deriva, sin necesidad de mapas ni guía -más que ese otro corazón que se adueñó de mí entre medio del tiempo (otra historia)-. Pero perdí la satisfacción... ya no veo el espejo que tengo enfrente, no recibo el reflejo que me devuelven mis movimientos y es entonces cuando me pregunto qué puerta cruzar -o si tirar todas las llaves regaladas y seguir esperando, buscando, el encuentro de la indicada.
El haber vuelto a nacer eliminó el lenguaje de mis ojos, borró las palabras de mi boca; y me choco contra el marco de la puerta al pasar -como un bebé que no tiene consciencia de sí mismo, en una realidad fragmentada-. Tal vez, también, me hayan robado las memorias.
Pero permanezco en la paciencia por la aparición de esa llave, de ese corazón... y de ese entorno, que me cuente mis propias historias una vez más. Permanezco en la paciencia, en soledad; porque ella es quien me alejó a esta irrealidad tan mía, quien tomó mi cuello con fuerza, de espaldas, y sumergió mi cabeza en el agua tan caliente pero tan fría... donde me ahogué, donde mi sistema cambió para tener que adaptarse a las consecuencias del pasado que se guardó. La soledad me obligó a sumirme en mí y olvidar el resto para olvidarme de mí, y ahora culpar al espacio relativo en el que se baña la energía de cada ser que me ocupa... por no sostenerme de una mano mientras tanto, por si acaso, por no devolverme el reflejo y por no avisarme sobre el instante de cada aparición que muestra un yo distinto sorprendiendo a mis oídos ya desacostumbrados de ruidos y tan acostumbrados a sonidos como cada latido que me grita confianza.
Permanezco en la paciencia, con la soledad; permanezo impaciente, conmigo. Quiero cariño, no dormir.
domingo, 6 de julio de 2008
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