sábado, 14 de junio de 2008

Acariciando la bestia ·

Dormir, sumergir la mente en la inconsciencia, dejar la realidad a un lado, cerrar los ojos y desaparecer; purificar el cuerpo, relajarme centímetro por centímetro y escuchar la satisfacción de mis fuerzas renovándose; hundir mi alma en mí misma y volar, dejarme ser absorbida por los murmullos de mi interior, cada vez más fuertes, y olvidar el silencio que me rodea.
Soñar, encontrarme con los colores de la imaginación y, tal vez, chocarme con paredes negras y paredes blancas que pueden confundirme tanto como guiarme hasta lo más profundo de lo desconocido para enterarme de los recuerdos escondidos y rescatar lo guardado alguna vez; ahogarme en la tan cómoda gris neblina que ciega mis ganas, romper la red y nadar libre, más lejos, más cerca, sin horizonte; conectarme con otro ser y acompañarlo en este plano abandonado; correr en cámara lenta, llorar lágrimas reales, atrapar el aire con los puños, perder el objetivo, acariciar la bestia, huir de la bestia, aprender de la bestia; multiplicar esperanza, multiplicar esperanza, ilusiones, miedos, anhelos, rencores, abstracciones de tiempo indeterminado, tiempo inexistente, tiempo controlado, tiempo en pausa.
Y despertar. Tal vez, sin querer, presionando la memoria como al escurrir un trapo mojado; tal vez, sin aire, desorientada e imposibilitada de aceptar lo que ahora veo a través de otro vidrio, apreciando ésto; tal vez, a propósito, buscando una salida, intentando seguir adelante conmigo, sabiendo que ya es hora...